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  • Foto del escritorSyd Krochmalny

ACERCA DE DIARIOS DEL ODIO

Reflexiones en torno a la obra Diarios del odio, de la Organización Grupal de Investigaciones Escénicas, dirigida por Silvio Lang e inspirada en el poemario homónimo que Roberto Jacoby y Syd Krochmalny.


Por Sebastián Stavisky Fotos: Magalí Matilla

Querido negro de mierda: ahora entendés porque te trato así, ahora entendés que somos diferentes, entendés porque te quiero ver romperte la cabeza…
Roberto Jacoby y Syd Krochmalny, Diarios del odio.

https://www.revistahumo.com.ar/sebastianstavisky/humo-digital/acerca-diarios-del-odio/
revistahumo

El 20 de julio fui con unos amigos a ver Diarios del odio, la obra de la Organización Grupal de Investigaciones Escénicas (ORGIE) dirigida por Silvio Lang, e inspirada en el poemario homónimo que Roberto Jacoby y Sid Krochmalny compusieron a partir de los comentarios de lectores de las versiones digitales de Clarín y La Nación entre 2008 y 2014. Me había acercado al Centro Cultural Caras y Caretas un día antes para reservar las entradas, nueve en total. La empleada que me atendió me ofreció distintas ubicaciones en platea. Tenía que elegir entre sentarnos cerca del escenario pero los nueve repartidos en dos filas o estar todos juntos más alejados. Ya que se trataba de ir al teatro y, una vez que empiece la función, pensé, no importaría demasiado quién se siente al lado de cada quien, opté por la primera opción. Sin embargo, cuando al día siguiente nos acercamos con las entradas en la mano a la puerta de la sala, el acomodador nos indicó que subiéramos la escalera hasta el primer piso y eligiéramos un lugar entre los asientos sin numerar del pullman. La equivocación, vaya a saber si del acomodador, de la chica que me reservó las entradas o de la que finalmente nos las entregó, me generó cierto fastidio e hizo imaginar que, desde arriba y a lo lejos, nos perderíamos algo de lo que sucedería abajo. Apenas comenzó la obra, la interpretación con no necesariamente sutiles ribetes de ironía de quienes le pusieron voz al poemario, modulado en banda sonora popular y hitera de nuestra época, me hizo olvidar cualquier dejo de malhumor. Sin embargo, promediando el final de la obra, cuando los actores bajaron del escenario y extendieron su actuación entre los pasillos de la platea, el temor de perderme parte de la escena se confirmó, aunque rápidamente me reconforté al ver que uno de ellos se colgó del balcón del pullman y apuntó cual francotirador con sus piernas colgando al vacío hacia los cuerpos que saltaban, corrían y chocaban unos contra otros como manada desbocada sobre las tablas. De seguro, intuí a modo de consuelo, quienes estaban en platea debían haberse perdido también algo de la escena. Cada punto de vista, me dije, carga con sus propias posibilidades y limitaciones, y me recosté sobre el asiento para terminar de ver la obra al son de “El nieto recuperado n° 114” y “Negro de KK”.

La sinopsis de la obra cuenta que “dos planos escénicos heterogéneos se enfrentan en la indagación sobre el poemario […]. En el primer plano los cuerpos se organizan en la materialidad de fenómenos de masas en movimiento en el espacio público […]. En el otro plano, los enunciados vueltos poemas se resuelven en canciones pop evangelista.” Nada menos cierto, pero, también, nada menos alegórico: el rebaño y los pastores, la desnudez sudorosa y el vestuario de punta en blanco, los movimientos espasmódicos del ballet de marginales y los sensuales vaivenes de los coristas, los aullidos roncos de los primeros y la voz de falsete de los segundos –aunque, cada tanto, de la masa informe del pueblo se extraiga un vecino para ejercer él también su derecho a entonar las estrofas del reversionado himno nacional argentino. Me pregunto, por un lado, si la decisión de realizar esta división escénica en dos planos contrapuestos no repone cierto orden representacional que, en distintas entrevistas, Silvio Lang dice querer estallar. Por el otro, más acá de lo que sucede sobre el escenario, si son realmente dos los planos de los que se compone la obra.

Los comentarios de lectores no son la manifestación de un odio que habría sedimentado a nivel sensible, no son los canales por los que éste se expresa, sino una de las maquinarias que lo produce.

Imagino una posible descomposición del proceso de producción de la obra menos como una serie de etapas sucesivas que como una pluralidad de planos o capas superpuestas. La capa superior podría ser el plano de fondo de la apuesta escénica, cerca de una decena de actores que interpretan una coreografía no exenta de improvisación por la que los cuerpos arman y desarman esa materialidad de fenómenos de masa de la que se extraen los vecinos que, tema tras tema, asisten a la coronación que los incluye en el coro de ciudadanos. La segunda de las capas sería el ritmo que los guía, que dirige sus conductas, no tanto el plano frontal de coristas, presentadora y músico que trazan una suerte de frontera entre los saltimbanquis y el público que también compone obra con sus risas, sino la propia interpretación musical de los versos, el poemario hecho cancionero. En una tercera capa se encontraría el trabajo de cut up que Jacoby y Krochmalny realizaron con los comentarios de lectores. Finalmente, los propios comentarios, esa loca voluntad de publicitación habilitada y promovida por la implosión que el formato digital de los periódicos produjo de los roles tradicionales del escritor y el lector. Ahora bien, ¿qué lugar ocupan estos comentarios en la obra? ¿Son la expresión de una sensibilidad microfascista de época sobre los que la obra viene, si no a representar, a intervenir?

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Así como la sala de teatro tiene sus niveles diferenciados a partir de los cuales se constituye un juego de luces y de sombras en el que cada espectador asume un punto de vista singular, también las distintos planos o capas de las que se compone la obra permiten, según en la que cada quien se disponga, ver y no ver distintos fragmentos de la composición. Si fuera posible trazar una línea oblicua que dispusiera la multiplicidad de planos sobre un mismo y único plano, ¿no podrían percibirse los comentarios de lectores de los diarios ya no como la expresión de una sensibilidad ambiente a partir de la cual es posible hacer obra, sino también como una obra en sí misma, una intervención de distinto orden que un poemario o espectáculo teatral, pero igualmente efectiva? Si así fuera, ¿cómo es que opera esta forma de intervención que resultan los comentarios de lectores devenidos autores?; ¿cuáles son sus efectos y qué modulaciones produce sobre ellos Diarios del odio?

Indagar en otras formas de desactivación, en otros sabotajes a la maquinaria de producción de excedentes, es una de las urgencias a las que nos convoca la banda sonora de nuestra época.

Los comentarios de lectores no son la manifestación de un odio que habría sedimentado a nivel sensible, no son los canales por los que éste se expresa, sino una de las maquinarias que lo produce. Su efectividad radica en un modo de funcionamiento que opera por incitación y multiplicación, operatorias a través de las cuales se arma sentido común y efectúa opinión pública. Si odiar es la sensibilidad por la que se produce el resto excedentario de lo social, las formas de existencia servidas en bandeja a su propia suerte, comentar las notas digitales de los diarios es una de las posibilidades que hoy se nos presentan para formar parte de esa producción. Cómo volverla inoperante es el problema al que los ludditas de ORGIE se enfrentan. El modo que encuentran para hacerlo es, como la puesta escénica, también doble: haciendo pasar el odio por los cuerpos-masa desatados y expuestos a una violencia trágica, y poniendo a funcionar los comentarios de lectores en un registro farsesco que sustituye el odio por la risa. Entre una y otra ya no hay repetición, sino simultaneidad: la historia, parecen decirnos, se vive como tragedia y como farsa a la vez.

Al comenzar la obra, la risa que me produjo la interpretación musical de los versos del poemario resultó efectiva para desactivar el malhumor que me había generado el acomodador que nos mandó al pullman. Claro que entre la superficialidad del malhumor y la profundidad a la que el aguijón del odio se nos clava en la carne se tiende un abismo. Si la operación de Silvio Lang y la ORGIE resulta o no efectiva para desactivar, así más no sea temporalmente, la actual maquinaria de producción de odio es una pregunta más que suficiente para que ir a ver la obra valga la pena. Indagar en otras formas de desactivación, en otros sabotajes a la maquinaria de producción de excedentes, es una de las urgencias a las que nos convoca la banda sonora de nuestra época.

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