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Foto del escritorSyd Krochmalny

Comentarios al margen

Con los comentarios online (¿o cibergargajos?) de lectores y lectoras de Clarín y La Nación, Roberto Jacoby y Syd Krochmalny construyeron una obra (¿o un muro?). En esta entrevista Jacoby continúa esa reflexión sobre quiénes ostentan el odio, qué límites impone la palabra gay, hasta dónde llegan las relaciones carnales entre el arte y la política, y otras intimidades.


por María Moreno (Página 12, Suplemento Soy)




Cuántas veces me quejé, “¿Qué me hace hacer Jacoby?”, con miedo de que (¡horror!) me hiciera participar de una acción colectiva. Es que los artistas políticos son psicópatas especializados. Para ellos todo es una obra en potencia y toda obra en potencia, una orden totalitaria de poner el cuerpo a los más posibles. Recuerdo un cumpleaños de él en donde la consigna era permanecer descalzo en nombre de no sé qué vago hedonismo, inocua negociación de la desnudez total a la que seguramente aspiraba el proteico líder pop. Me negué, aferrada a mis botas bucaneras que se me hicieron prótesis junto a ese catálogo de dedos mimosos con el parquet que cada invitado integraba, pero me sentí culpable, culpable, muy culpable. Al happening Jappy Jacoby Jappening con Jabalí (recién acabo de caer en la homofonía guaranga del Jappy), degustación en toga de un jabalí difunto, directamente no fui: temí las superficies resbalosas de los baños Colmegna, reflejantes de toda floración de celulitis, la metonimia de la toga romana con la académica. Reconozco haber hecho desfilar a Jacoby mis pañoletas artesanales en una lejana noche de Brandon y calculo el espesor de su sacrificio, puesto que lo obligaba a una estética que en el texto 1999 Arte y futuro de su libro editado por Ana Longoni El deseo nace del derrumbe, él se toma en solfa: yo hacía una mezcla de arte feminista de arcón de abuela en lana rosa bebé con arte Avianti, el que Jacoby bautizó en homenaje a Alberto Olmedo, donde los exvotos y las velas expropian zonzamente el altar popular. Jacoby usó la pañoleta como pañal crístico o toalla de sauna. Pero, ¿cuándo vencerá esa deuda? Cuando leí Diarios del odio y otras acciones, “diario” no me dijo nada (después de todo, trabajo en uno), pero “otras acciones”... me inquietó. ¿Qué me haría hacer Jacoby? Nada.

La muestra consiste en una antología sobre la pared de los gargajos retóricos que los diarios Clarín y La Nación llaman “comentarios de los lectores”. Porque así como hay una gauche divina, hay una droite grafitera, sólo que jamás usaría un aerosol y sólo odia informáticamente (hay que guardar distancia con la chusma). ¿Retórica de Quitiliano? No, retórica de quinta.

–Es impresionante desde el punto de vista cualitativo, porque cuando leés Clarín o La Nación te das cuenta de que las notas son más cortas que los comentarios de los lectores. Al final, hacen un diario que está hecho por todos.

–Es un raro efecto democrático. O eso podría haber correspondido a un proyecto de la izquierda progresista.

–Los comentaristas de La Nación a veces echan a los que no piensan como ellos; les ponen: “Ya que pensás así, ¡andá a que te pongan tu comentario en Página!

–Para hacer la selección, ¿miraban los diarios todos los días?

–No, nos poníamos de vez en cuando porque, si no, hubiera sido agobiante. Enfermante. Ese material que habíamos copiado era una especie de Libro Gordo de Petete. Entonces fuimos simplificando hasta que llegamos a la carbonilla. Primero pensamos en crayones o aerosol, pero en el Fondo no querían porque ese material, pasada la muestra, tienen que pintarlo de nuevo. Claro que una solución práctica tiene implicaciones muy profundas. La carbonilla es el elemento más arcaico de escritura y de dibujo. Es un palito quemado. Y yo quería que fuera un objeto que produjo el fuego. Y “ellos” son los que hablan mucho del fuego, los que dicen que hay que rociar todas las villas y quemarlas, que a ese chorro hay que incinerarlo. O con esas metáforas tan sutiles concluyen que el mejor negro es el negro incendiado.

–Pero el fuego es ambiguo. El malón va dejando tierra quemada, en las barricadas hay fuego. El fuego es también resistencia. Como quemar el parquet.

–Pero lo de la quema del parquet es un mito de “ellos”, justamente.

–Pero quizá “los negros” lo hicieron. Su cultura era la del asado. Ya no vivían en el campo, que está lleno de leña. ¿Para qué querían un parquet, esa censura de la tierra?

–Sí, ¿para qué par(a)qué?

–¿Por qué se te ocurrió usar el término “odio”. Fanon planteaba el odio como un sentimiento prerrevolucionario.

–Hoy pienso que el odio lo tiene el que está defendiendo algo que está perdiendo. El que gana, no odia. Odia cuando viene alguien a sacarle un pedazo.

–Estás pensando en el odio de un propietario y no en el del oprimido que se levanta. Y odia al garca, al patrón.

–Pero ahora no existe más eso. Ahora al que está arriba no se lo odia, se le chupa el orto.

–O se le pide un subsidio.

Jacoby profesa la fe en las tecnologías de la amistad, es el gran salonero virtual, el que hace hacer hasta el próximo de sus mentados aburrimientos, el siempre dispuesto a que salte del derrumbe un deseo nacido de la invención y para el rejunte de muchos. Por eso actúa en banda. A Diarios de duelo lo hizo con Syd Krochmalny y la curaduría de Mariela Scafatti.

–Hay una cosa que sigue pasando que es válida. Y es que el momento de la sublevación y del odio no es el del aplastamiento total. Cuando la dominación es de tal magnitud, no queda lugar para otra cosa, la resignación se naturaliza. El levantamiento se produce cuando un pacto que estaba garantizado es violado por el dominante. Tiene que haber existido un desequilibrio: una promesa no cumplida, un derecho que no se ha quitado. Por ejemplo, se da el derecho a los esclavos a que vivan libres con sus familias, y viene un tipo y les vende a los hijos. El odio se produce cuando te arrebatan algo que es legítimo de tu ser. En este conflicto social contemporáneo el odio viene del statu quo.

–No lo pensarías en términos de clase.

–El odio del esclavo no es el del propietario que comienza a odiar cuando se le aplican impuestos tremendos, por ejemplo. Es un sentimiento transclase. Puede estar en cualquier lugar porque tiene que ver con el proceso de expropiación. Vos lo ves muy clarito en los comentarios de los lectores: se nota la sensación de amenaza de los que viven de subsidios o de la corrupción, y de los que piensan que hay otros que vienen a nuestro país y ocupan nuestros hospitales, nuestros trabajos. Eso aparte de que las líneas del enfrentamiento social no son de clase contra clase. Son compuestas por distintos sectores, sectores del proletariado, sectores gremiales, sectores que defienden determinada identidad...

–En los agravios ya no hay arte de la injuria. No hay un trabajo con la lengua, es casi la imprecación simple. Los lectores no son ingeniosos como el facho Ignacio B. Anzoátegui, que decía de un prócer que pensaba “como un negro gordo”. A menudo son simples jueguitos con la letra K.

–Son muy precarios. La sensación que te da es que son gente bárbara, que pese a que sienta que pertenece a la clase culta, vive en una barbarie cultural.

Contagios

La injuria machaca, “naturaliza”, fomenta, crea una reserva de violencia que, en determinadas circunstancias, pasa al acto. Ninguna pared sola ha podido tanto, pero el diario vierte un cuentagotas cotidiano en donde la opinión de los lectores ya no es la de la prensa como poder sino como efecto exitoso.

–Estamos de acuerdo con el valor performático del lenguaje. En una nota dijiste que a menudo a esa explosión de odio expresada a través de la lengua le precede la violencia concreta.

–Eso es lo que decía Canetti. No creo que vaya a pasar ahora. Pero ha sucedido. Antes del nazismo hubo una preparación en donde los judíos eran asimilados a piojos, a mugre, a rapacidad. Esa construcción hizo que, cuando sucedió, los vecinos no dijeran nada y se apropiaran de los bienes o salieran a matar. Como acá, que hubo una construcción previa del “terrorismo”. Y digo que ahora no va a suceder, pero no está mal prestarle un ojo. Este odio es un fenómeno material y no deja de tener su espesor, a pesar de que se dé a través de Internet.

–Se habla de la falta de libertad de prensa, pero nunca hubo tamaño peso de injurias al Gobierno como ahora y en total libertad.

–Pero también existe entre los dirigentes políticos. Ya está totalmente naturalizada. Yo me imagino en EE.UU. a alguien que ponga en Internet “juntémonos todos los que somos francotiradores para matar a tal”. ¿Cuánto puede tardar esa persona en estar en Guantánamo?

–¿La prensa contagia?

–Por ejemplo, el femicidio no aumentó, sino que ahora se observa y se pone en esa figura.

–Suele haber dos posturas generales. Una que le atribuye a la prensa o a la televisión un poder tal que podría llevar al crimen, otra que plantea que nadie se autoriza a matar por influencia de los diarios sin una estructura previa. Hay ciertos temas que de pronto comienzan a ser insistentes, como el de los bebés encontrados en la basura, o el de las mujeres quemadas con nafta que se convierten en una especie de relato taquillero. Te da una idea de aumento y es una observación o selección de la noticia, como decís vos.

–Pero hay contagio. Que el suicidio es contagioso se ha probado sociológicamente. Por esa razón no se informa sobre suicidios en los medios. Todos los crímenes se producen entre gente que se conoce entre sí, en el 70 por ciento de los casos. El homicidio en ocasión de robo es una figura totalmente distinta. Sólo se puede matar cuando tenés un vínculo, cuando te rompen los huevos o tenés una pelea de larga data. Entre vecinos, entre marido y mujer. Cuando empiezan a aparecer en los diarios, por ejemplo, casos de mujeres quemadas, el fuego penetra en algo que ya era previo. No es “porque”, está eso previo y la aparición en el medio lo convierte en una escena, una escena en la que legitimarse. También hay mujeres que le tiran el agua hirviendo al marido.

–Menos.

–Ese es un crimen femenino. El agua de la pava para el mate. Porque lo que es jodida es la convivencia. Hay ratitas a las que encerrás en un lugar y no pueden salir, y entonces se matan.

–¿Esa es tu verdadera opinión sobre el matrimonio igualitario?

–Sean del mismo sexo o no: si dejás la puerta abierta, las ratitas no muerden. Si cerrás la puerta, la ratita muerde a la otra.

Cachondeo

Una vez Jacoby me dijo con admiración, señalando a un mendigo: “¿Por qué será que a los mendigos les interesa tanto la moda?”. Confieso que me escandalizó un poco. Sin embargo, señalaba en un sin techo de Balvanera un diseño exclusivo –una caja con ventanita de respiración como sombrero, una capa hecha con largas tiras de sachet de leche con los colores de la bandera nacional– que bien podría haber formado parte de una Bienal sobre Imágenes de la Nación. Jacoby lo politiza todo, y si es posible en lugares públicos y con calentura. Porque hay en todas sus obras una pulsión social erótica que puede recorrerse con una tiza, desde los happenings virtuales de los ’60 hasta el monólogo del terrateniente rural en tractor de juguete frente al Congreso de 2001, pasando por las Fiestas Nómades, las Jacarandances y la camiseta social de Hasta la Victoria Ocampo con gorrita Che Guevara. Por eso hay que leer este cachondeo en clave política.

–Entre las frases de las paredes incluís ésta: “Los gays deben tener su propio país y se den como en caja en cualquier lado y en cualquier hora”. Relacionaste “odio” con “crímenes de odio”.

–No... Además gay soy yo.

–O sea que querés hacer un coming out en Soy.

–¿Estás loca? Todo el mundo lo sabe. Si necesitás algo de periodismo, estás frita. No es ninguna primicia. Claro que yo con la cosa identitaria no estoy muy de acuerdo, aunque la acepto si se trata de convertirla en una razón política. Yo tendería a lo contrario, al derecho de hacer cualquier cosa. No al derecho a ser gay sino al derecho de hacer lo que uno quiera en cada momento. Si digo que soy gay, es para simplificar. Ahora, si me preguntan si me acuesto con tipos, respondo que sí porque es una definición más objetiva.

–La pregunta políticamente correcta: ¿el matrimonio igualitario?

–Me parece bárbaro, pero estoy en contra del matrimonio. Claro que me parece más correcto decir “no me quiero casar” cuando podés hacerlo que cuando no. Creo que la cultura relacionada con lo sexual está tan diversificada que lo de gay es muy chiquito. No da cuenta de la complejidad de las identidades. Que son mucho más ricas e interesantes. El otro día, por ejemplo, hubo un remate de esclavos en un boliche. Vos comprabas uno y lo tenías durante una hora para hacer lo que querías con él. Delante de todo el boliche. Tres chicas se compraron uno y lo sodomizaron con un consolador. ¿Cómo se llama eso?

–Fiesta.

–¡Alegría! ¡Alegría! Cada vez hay más cosas. A los “morbosos”, ¿los podemos poner en la categoría de “gays”?

–Hay S/M que se casan. Los morbosos no. Me parece que aquel al que le gusta que le cambien los pañales no se casa con aquel al que le gusta cambiarlos.

–¡Si no, tendría asegurado el futuro!

–Salvo que primero necesite pañales el cónyuge al que le gusta cambiarlos.

–Ahora imaginate a un juez diciendo: “Y le cambiarás los pañales en dolor y enfermedad hasta que la muerte los separe”.

–¿Qué hay de nuevo en morbo?

–Lo más típico es el fisting, el meo y las escupidas.

–Clásicos como Shakespeare.

–O Lucrecio.

–Hablando de clásicos: el buen sádico es el que es capaz de actuar que se va a pasar del contrato.

–Claro, hay un goce en romper el pacto. Yo tengo un amigo al que le gusta sodomizar activos. Hace una especie de tarea de conversión. Trata de cogerse a otro activo porque le aburre cogerse a los pasivos, donde ya está todo establecido.

–¿Menos clásico?

–Hay unos que escriben “vamos a tomar unos mates en la plaza” y son los mismos que por ahí ponen una foto abriéndose el orto así. No sabés si lo que quieren es el mate en el orto. A lo mejor quieren decir “tomemos por atrás”.

Sotanas

Durante el casamiento de Daniel Link sentí cierta indignación al comprobar que Jacoby -una máquina expendedora de consignas-desobedecía la consigna de asistir vestido de riguroso blanco y negro. Lo hizo con sotana color champagne. Aunque a lo mejor un disfraz más un color prohibido, como en las matemáticas dos menos son un más, lo hacían cumplir la etiqueta por el absurdo. Desde el balcón del Club Español lo vi partir en taxi, ¡que elegancia para recogerse la pollera y replegar las sandalias en el interior, como un Sai Baba en beige!

En 2010 propuso al mismo Satanás que se sacara la sotana. Fue durante la sesión parlamentaria para la sanción de la Ley de Matrimonio Igualitario. La acción se llamaba La movida del Diablo. Una multitud de artyvistas se reunió frente al Congreso de la Nación con carteles que decían “Satanás, Satanás, sacate la sotana”. Una enorme pija erecta de algún material que no identifiqué apuntaba en dirección al Congreso como un cañón o un tronco a punto de violar los portones de un castillo.

–Fue una respuesta a Bergoglio con eso que dijo de la movida del diablo. Pero pensándolo con el tiempo me di cuenta de que el problema del arte político es que no es tan político porque no toma en cuenta todas las condiciones reales de la política. Bergoglio en realidad dejó hacer totalmente. Esas declaraciones odiosas fueron pura cháchara. Porque no movilizó. Acordate la época de la laica y la libre, del 55: cuando la Iglesia moviliza, ¡agarrate! Nosotros en esa oportunidad nos tiramos contra él que, en realidad, era un aliado y esos dichos eran para la derecha católica. Los franceses sí que se movilizaron: la derecha hizo una movilización de tal magnitud que no dejó pasar la ley. Ahí la Iglesia se portó. Cuando uno es artista político no hace un análisis de la complejidad que tiene una situación.

¡Acción!

La estrategia de la alegría, un axioma de Jacoby, no es una estética de la negación. Lo profundo no es necesariamente la densidad de una verdad esencial a la que habría que llegar desvistiendo su apariencia sino que puede ser lo clandestino del suplicio que se intenta ocultar de la luz; la superficie no sería entonces ilusión de una forma falsa sino el lugar al que hay que traer el secreto guardado por los verdugos. Cuando Jacoby escribió para el grupo Virus sus panfletos felices con música, fue acusado de frívolo. A toda la movida de aquellos muchachos que abogaban por una poética agradable se la censuró en nombre de lo que Néstor Perlongher llamó “la izquierda Cary Grant”. Jacoby se explicó: “Desde la prensa y el ambiente rockero se los calificó con frecuencia como fenómenos de ‘hedonismo’ y ‘superficialidad’, lo cual era exacto y deliberado, ya que el hedonismo funcionaba como lo contrario al sufrimiento y la noción de superficie jugaba doblemente como máscara y como piel. Era posible ocultarse y manifestarse tras lo inocuo y tras formas diversas del chiste. La piel era considerada como territorio del placer y no de tormento. La ‘superficie’ también era lo opuesto al calabozo y la clandestinidad”.

Confieso que bajé al primer dark room, el de Belleza y Felicidad, luego de hacer la cola como quien espera turno en su ejecución pública. Dark room es la pieza más inquietante para lo que Daniel Link llama una pedagogía de la catástrofe. No es un monumento, no está fijo al aire libre, hasta que la circulación distraída haga olvidar su sentido, si no bajo tierra y en forma efímera, no es público si no para uno y de a uno, como a solas con su conciencia, pero es una inquietante cita del campo de concentración sin un gramo de referente siniestro en sí mismo.

Con la estrategia de la alegría siguió Jacoby actuando, aun en campañas dramáticas como la de Yo tengo sida, donde utilizaba dos elementos asociados a la frivolidad: la celebrity y la remera teenager.

“Yo tengo sida, que es de 1993, es una réplica de la situación de discriminación que había en los ’80 y en los ’90. La gente joven no sabe, como tampoco puede entender lo que era ser homosexual hace treinta o cuarenta años. Por eso hice esas remeras que dicen Yo tengo sida. Salía con Kiwi y Cecilia Sainz con esas remeras en patota por la calle. Una vez fuimos a un bar muy conocido de Santa Fe y Riobamba, Babieca. Estuvimos un rato y cuando nos fuimos vimos por la ventana cómo el mozo se acercaba a la mesa y le pasaba un enorme trapo con lavandina. Queríamos tratar de conseguir que algunas celebridades usaran la camiseta (el viejo truco de la celebrity para legitimar otra cosa). Después fue cambiando bastante la actitud hacia la gente con HIV, por lo menos en la Capital.”

Diarios del odio se puede ver en banda con otras acciones de Jacoby casi siempre en formato video: La brigada internacional argentina por Dilma (en ocasión de las elecciones de 2010 en Brasil), La movida del diablo (la respuesta a una metáfora del entonces monseñor Bergoglio), Hasta la Victoria Ocampo y Crítica a la política del campo o No hay Malba que por bien no venga (en torno a la 125 y con la participación de un personaje llamado “El Paisano”, a quien Jacoby considera una mezcla de Bussi con De Angeli), Yo tengo sida (tomando la tradición política de Todos somos judíos alemanes, Todas somos lesbianas, Yo aborté, etc.), Maresca se entrega a todo destino (fotoperformance publicada en el Nº 8 de la revista El Libertino), Fabulous Nobodies (agencia de publicidad sin productos) y Un guerrillero no muere para que se lo cuelgue en la pared (vuelta de tuerca a la estetización pop del Che).

–A mí ya la propuesta Arte y política me irrita. Y lo de Dilma fue una reacción a una muestra en la Bienal de San Pablo. La política me interesa muchísimo, más que el arte, pero cuando la enuncian los curadores sé que es una falsedad. Ellos no creen en algo político en el sentido de que verdaderamente conmueva, transforme, luche. Es una cosa muy light lo que tiran: algo que se parezca al arte y que se parezca a la política. Hay una frase muy buena de Pablo Suárez: “A mí el arte que me interesa es el arte que no se parece al arte”. Yo presenté varios proyectos. Y me los rebotaron, por suerte. Hasta que al final me mandaron un mail diciendo: “Si no manda su proyecto en dos días, lamentablemente no entrará en el catálogo”.

–Te echaban...

–No es que me echaban de la Bienal, pero no iba a figurar. La Bienal iba a ser dos semanas antes de la elección de Dilma. Entonces pensamos en hacer una especie de Unidad Básica, de centro publicitario de acción política. Empecé a mirar en Internet la imagen de los candidatos y encontré una de Dilma, hermosa, con un sombrero pernambucano de la época de los bandoleros sociales, y la del otro que era como la de un banquero agrio con úlcera de estómago. Hicimos con la Brigada grandes afiches y cuando mandé ese proyecto me lo aceptaron. Todo el mundo estaba feliz y le encantó porque teníamos toda la guita de la Bienal. La usamos para los pasajes. Y para los hostels. Fuimos 25 amigos artistas a San Pablo. Armamos algo muy simple: a los afiches los imprimimos acá, porque era baratísimo. Se montó tudo bem. Al segundo o tercer día de la Bienal venían los sponsors. Y debe haber existido algo que inquietó a los curadores: quizá pensaron que les iban a sacar los subsidios. Porque ahí te podés pelear con el mismísimo Papa, pero no con los sponsors. Entonces fueron a consultar con el juez electoral. Si vos no consultás, no pasa nada, pero si se enteran, sí. Entonces el juez dijo: “No”. Ya había salido la noticia gigante en la Folha de São Paulo y ningún fiscal se había movido. Ahora, si vos presentás un escrito que dice “queremos saber si esto contraviene la ley electoral”, seguro te prohíben. Los curadores tendrían que haber esperado que vengan, pero hicieron ese escrito botón. Nosotros lo aceptamos y cambiamos de candidata. Pusimos una candidata que se llamaba “Vilma” y seguimos haciendo la publicidad con esa “Vilma”.

–Si hubiera sucedido acá, es como si hubieras puesto “Titina”.

Cuando lo entrevisté, Jacoby aún no se había enterado de la reelección de Dilma en Brasil. ¿Un efecto colateral del valor performático, en este caso del arte político? Jacoby no es tan petulante o, mejor dicho, de salir en el Soy, va a los bifes.

–¿Querés decir algo más? ¿Alguna declaración política?

–Me gustan de entre veintidós y veintiséis.

–¿Morocho o rubio?

–Tendiendo a morocho.

–¿Clase baja?

–Popular.

–¿Conurbano, laburante?

–Tampoco exageremos. Pero mejor ponelo al revés, no lo que me gusta a mí. Poné mejor: acepto ofertas.

Diarios del odio y otras acciones Fondo Nacional de las Artes Rufino de Elizalde 2831. Hasta el 15 de diciembre

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