Por Horacio González
Diarios del odio, tiene su fuerza en el contrapunto entre cuerpos y textos que es, me parece a mi, el horizonte fundador de la teoría misma de teatro y una vuelta del lenguaje adjudicándoselo a alguien en quien no se cree.
En realidad la experiencia de la obra tomada como experiencia del lenguaje es un retorcimiento de la inversión que diluye la autoría del texto en el lugar donde el texto emergió y la coloca en la voz del otro sobre el cual el texto combate. Por lo tanto, el texto supone una vuelta sobre su autoría sobre su "contradictor" tomando toda la superposición de lenguas que hay en una sociedad agobiada por módulos de lenguaje dictaminadores y estereotipados.
A ese estereotipo se lo hace hablar, lo interrogan los autores pero los autores pasan a ser parte del estereotipo, por lo tanto un estereotipo tomado de esta manera, que canta, que canta su misal, digamos, que canta bajo todos los módulos del género cantábile, digamos, y hace con ello una extraña sátira.
Me parece que es una facultad que tiene el teatro, que diríamos si quisiera exagerar esa facultad y darle un nombre probable, una especie de epopeya, por la cual se hace hablar aquello en lo que no creo haciéndole profesar al profesional teatral todas las modalidades de un idioma que se calcinó a sí mismo.
Es el idioma de la injuria, el idioma del odio, o el cancionero del odio. Y el cancionero del odio cuesta analizarlo en su teatralidad, uno lo puede a su vez injuriar corriéndose el riesgo de ser odioso, también. La facultad que tiene el odio es que esta desparramado bastante democráticamente, incluso, abarca al que debate el odio. Y el teatro se convierte, acá, en un instrumento de intimidación formidable para indagar las entrañas del monstruo arquetípico del odio. ¿Y como lo hace? contaminándose con él, adentrándose con él y siendo él.
Por eso es estremecedor y, por otro lado, varias instancias que tienen una relación con el acto de la misa, un acto sacramental. Mientras el contrapunto entre el texto y la plasticidad de los cuerpos tienen dos ámbitos separados: el escenario y la columnas -el segundo escenario. Y cuando se entremezclan se produce un acontecimiento también estremecedor, estremecen al espectador, cuando los coreutas están por un lado y los semidesnudos por otro, pero cuando los semidesnudos ingresan en el espacio reservado de los coreutas se produce un momento de gran intensidad.
Pero bueno, no soy crítico teatral, soy sólo una víctima de esta obra, quedo absolutamente impresionado. Digo víctima, se entiende lo que quiero decir: alguien que se lo hizo ingresar en esta especie de teatro de la perversidad, en el que el contexto y los textos son textos tomados de algo que constituye un momento histórico de la sociedad. De un momento histórico hay muchas formas de hablar, se puede hablar de economía, de lingüística, se puede hablar de situaciones amorosas, de lo cotidiano a lo estatal , incluso lo que decía Américo Cristófalo recién, que contó una anécdota en la marcha, antes de subir acá. Esta mesa es estatal, institucional y la forma de hablar que tenemos contrata mucho con la forma teatral.
Ahora, yo no se si el origen de lo teatral es este tipo de habla, o esto es una consecuencia pacificada, menguada, relativizada del teatro, porque algo estamos haciendo. Es una posición incómoda frente a lo que vivo, porque los instrumentos que tenemos son muy débiles, al mismo tiempo algo son, por eso debo agradecer a los autores del texto Roberto Jacoby y Syd Krochmalny, al director Silvio Lang, no sé cómo llamarlo, ha hecho una puesta excepcional. Quiero mencionar a Sofía D'Amelio, también, que fue ayudante mía en una materia, me emocionó mucha verla acá. Y me emociona el público, ¿quienes son? ¿de donde vienen? ¿vienen de la marcha o no vienen? ¿cómo aceptan esta vuelta de tuerca sobre la lengua condenatoria, pero que nos avisa que de verdad tenemos también sobre esa misma condena, para alertarnos que hay una condena que pende sobre todos nosotros? ¿Cómo advertir eso, como generar esa ultra responsabilidad en esta obra? Se tocan todos los temas que forman parte de la injuria, el estereotipo, el prejuicio, la construcción de un poder de excepción, infantil, es un poder basado en esa lengua. Este es un momento formidable de lo que se centra en la misa que se puede ver, no suele hacerse eso en los debates, lo debaten con cifras, sigue pero mas o menos, lo debaten con condenas histórico-políticas, sigue pero mas o menos.
Estamos acá frente a algo que no es solamente un lenguaje, si no una fuerte fricción interna que tiene dentro a sí mismo y al otro, y por lo tanto nos hace ver en nosotros como pudiéramos ser si fuéramos el otro, que clase de carga herética tendríamos para considerarnos unidos a esta misa, devotos de un idioma perjurio, insultante y al mismo tiempo expulsarlo nosotros mismos en una especie de depuración que hay en una tragedia como si fuera de terror que nos diera a nosotros mismos ser parte de una misa de este tipo (...)
Diarios del odio, es una plegaria, es coro antiguo pero esta totalmente modernizado y tiene sarcasmo interno, los cuerpos tienen toda la plasticidad de la historia del teatro, la coreografía, por lo tanto asistimos a un argumento, una gran yuxtaposición del texto teatral, del juego teatral.
Me parece que casi todos los que están acá estuvieron en la marcha, la marcha es de una teatralidad que implica una forma de caminar diferente, de pronunciar cosas. Esto también es diferente, porque una obra tan incisiva mete una cuchilla en el corazón de la lengua argentina, la lengua del odio, algo significa como una reflexión desafiante a lo que ocurrió esta tarde en la Ciudad de Buenos Aires. Es decir, también, la marcha se lanzó a pensar esta ciudad, esta ciudad con toda especie de obstáculos para pensar, si pudiéramos definir lo que pasa de alguna manera, la construcción de los obstáculos para pensar sobre la forma de la ciudad.
Este ámbito tan interesante, sobre el que sabemos poco, este era el viejo Hotel Mijanovich, donde venían los señores copetudos, algunos hablaban en esta obra, y ahora es un ámbito mas universitario, bibliotecario dentro de una sala de la Facultad de Filosofía y Letras, quien sabe la herencia que esta sala que tiene su historia haya recogido en esta misa herética, salvaje, la misa de los insumisos.
*Palabras de Horacio González en el diálogo público luego de la función de la indagación escénica Diarios del odio, el miércoles 10 de mayo, en el Centro Cultural Paco Urondo de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. El evento transcurrió luego de la masiva marcha en Plaza de Mayo contra el llamado proyecto de ley "2x1", que pretendía reducir las condenas a los genocidas argentinos.
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